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Alberdi.
El verdadero precursor de la claudicación argentina



Julio Irazusta

Alberdi. 
El verdadero precursor de la claudicación argentina - 
Julio Irazusta





112 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2022
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 1200 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando en la primera mitad del siglo XIX los grandes imperios imponían por la fuerza sus políticas al resto de las naciones, en nuestras tierras se mantenía la firme decisión de resistir a como de lugar y, de hecho, en una derrota que los libros de historia parecieran olvidar, la resistencia argentina obligó a las dos grandes potencias mundiales de la época, Inglaterra y Francia, a desistir de su accionar directo y a tener que comenzar un proceso de entrega cultural que tuvo en Alberdi a su más importante figura, hasta el punto de ser nombrado por el gran historiador Julio Irazusta como el verdadero precursor de la claudicación argentina.
Sus ideas lograron entregar y subyugar a un país como no pudieron hacer las escuadras de Francia y de Inglaterra a cañonazos. Hay que recordar que en ese mismo tiempo, estas mismas escuadras navales andaban por el mundo procurando en la misma forma objetivos semejantes, como la apertura del Danubio, impuesta a Rusia en 1856 por el tratado de París que terminó la guerra de Crimea, y como la del Río Amarillo, impuesta a China por la expedición anglofrancesa que en 1854 incendió el Palacio de Verano del Emperador asiático. La piratezca penetración económica de esos imperios que, como el inglés, hizo una guerra para imponerle a China que siguiera consumiendo opio, ya que la bolsa de sus mercaderes, que lo negociaban, era más respetable que la salud de una raza tenida por inferior, sólo pudo ingresar a Argentina de la mano de Alberdi, a pesar de la heroica resistencia que por las armas había sabido mostrar a esta penetración en forma abierta. Y cuando las incesantes guerra internas y externas lograron derrocar a Rosas, el defensor de la independencia continental, toda la América Meridional se abrió a la penetración económica incontrolada que haría de estos nuevos Estados meras factorías del antiguo mundo.
Cuando Alberdi comenzó su campaña internacionalizante en 1838, todavía ningún argentino, entre los peores enemigos de Rosas, había pensado todavía en acudir al extranjero en contra de su propia patria. Un cambio abrupto parece haber sucedido en su interior, pues el joven tucumano parecía haber olvidado, como en un ataque de amnesia repentina, toda su propaganda a favor de la evolución y la originalidad políticas. La inutilidad de las revoluciones, la demagogia de los pregoneros de libertades y garantías inoportunas, la primacía hic et nunc del afianzamiento de la autoridad, la necesidad de buscar las formas regionales, autóctonas, criollas en el derecho, que él había inculcado tan imperativamente, eran conceptos que parecían haber perdido todo valor para Alberdi.
Pero lo peor de la posición adoptada por Alberdi en 1838 no está ni en la arbitrariedad con que abandona la causa del país sin examinar el punto derecho, ni en la rapidez con que evoluciona del nacionalismo al internacionalismo, ni siquiera en el extravío con que pasa los límites de una legítima objeción de conciencia y llega a hacer causa común con el enemigo del país. Lo peor está en haber fundado y acreditado el sistema de la antipatria como si fuera el de la patria.
El ideal que, a partir de su campaña montevideana, Alberdi inculcó al pueblo argentino, era el menos indicado para hacer de nuestro país un Estado que mereciera el nombre de tal y una patria digna de sus antecedentes. A un pueblo con modalidades de vida y de carácter que tenían un estilo propio y una nobleza que ya había, a pesar de sus cortos años, probado mejor que muchos pueblos envejecidos en el imperialismo piratesco y sin gloria, le predicó que debía despojarse de todo lo propio y de todo lo español y tomar por modelos a las naciones que habían sido tradicionales enemigos de su religión y de su raza, y que representaban en el mundo los estilos vitales más opuestos al suyo, ya manifestado ampliamente al hacer las primeras afirmaciones de sí mismo con generosidad pero con vigor. A un pueblo civilizado, cuyos institutos de enseñanza eran más antiguos que los de la América inglesa, le persuadió que era bárbaro y que la superioridad de los primos del Norte se debía a la superioridad de aquella cultura más nueva pero más eficaz. A un pueblo sobresaturado de legalidad, amparado en sus derechos por el equilibrio de una autoridad cuyas diversas jurisdicciones se disputaban con celo el alcance de las mismas, le inculcó que era esencial, no accidentalmente anárquico, en comparación con aquella flamante república de la bandera estrellada cuyo respeto por la ley radicaba también sin duda en la justicia por mano propia de la ley de Lynch. Ese programa se cumplió en gran parte a raíz de la caída de Rosas. Y Alberdi sería el Solón de esa factoría proyectada en la primera campaña internacionalista de 1838, a favor de la alianza de la emigración argentina con los franceses.
El pueblo argentino, que ha trabajado para acumular riqueza, ve como su fruto capitalizado está en manos de la finanza internacional, que exporta su renta anual y pide gratitud por esa riqueza que dice haber traído al país que ha sangrado durante ochenta años sin piedad; en suma, el pueblo ha sido llevado a la opresión bajo la bandera de la libertad.
Hoy, cuando se palpan las consecuencias últimas de la política extranjerizante cuya adopción decidió Alberdi con su campaña de 1938, resulta claro tanto para sus partidarios como para sus adversarios, que ninguna figura de la historia argentina puede ser en estos momentos más digna de estudio que la de Alberdi. Así los primeros colocarán sus admiraciones, y los segundos asignarán las responsabilidades, con más justicia. Pues con su campaña internacionalista de Montevideo, con su campaña colonizadora posterior a Caseros, Alberdi fue el argentino que más influyó en el destino de su país.

 

ÍNDICE

I.- Ubicación del momento en que el Solón argentino legisló más decisivamente9
II.- La formación de Alberdi y su opción práctica a favor del experimento rosista13
III.- La transacción con la suma del poder33
IV.- Del nacionalismo historicista al internacionalismo iluminista63
V.- A la opresión bajo la bandera de la libertad89